Una
gestión inmobiliaria
valiosa y diferente
Frederick Cooper Llosa
El Perú es un país en el que lamentablemente el desarrollo integral es lento y discontinuo porque sus protagonistas –empresarios, políticos, funcionarios, profesionales y trabajadores– rara vez se asignan un destino exigente, cuya elección conlleve la convicción de que alcanzarlo presupone empezar por definir con claridad las metas de unos valores cabales, y el reconocimiento de la perseverancia como una condición insoslayable para poderlos alcanzar. Ciertamente, la actividad inmobiliaria es uno de los rubros donde esa anomalía es mayormente recurrente, salvo en los pocos casos en los que sus gestores han procedido con un designio claro respecto a sus aspiraciones y sus motivaciones. BRAGAGNINI Constructores es una de las empresas inmobiliarias que desde su origen ha demostrado sus motivaciones comerciales y cívicas, las mismas que ha acometido orientando sus proyectos iniciales hacia la consecución de una madurez empresarial y profesional en la que el progresivo desarrollo de un lenguaje arquitectónico, un sentido urbanístico y una agilidad comercial, han ido tramando gradualmente un ordenamiento integral que ha desembocado en la evidencia de un recorrido pausado, pero incesantemente empeñado en la tarea de mejorar esas componentes insoslayables para la consecución de un solvencia productiva acorde con la calidad formal de sus iniciales intenciones.
Un repaso de la secuencia de los muchos edificios proyectados y construidos por BRAGAGNINI Constructores desde que debutaron en el escenario de la actividad inmobiliaria que se propaló en Lima en torno a la última década del siglo pasado, demuestra claramente la consistencia con que encararon el masivo proceso de urbanización global suscitado internacionalmente años antes (y su incidencia en la mutación urbanística que inevitablemente acarreó para los vecindarios mesocráticos), así como el potencial existente para la evolución de su ordenamiento urbanístico en los distritos mejor preparados para acoger un cambio tan inevitable como drástico. No es que previamente, antes de la fundación de la empresa, en 1994, y de levantarse sus primeros multifamiliares, a partir de 1995, no se hubieran registrado en Lima experiencias comerciales similares. Sin embargo, la mayoría de los grupos inmobiliarios surgidos anteriormente operaron en base a una lectura superficial y oportunista del mercado, una improvisación que asociada al oscilante rumbo de nuestra economía durante los lustros precedentes produjo resultados que solo excepcionalmente se tradujeron en los peldaños necesarios para ascender en la renovación de los perfiles urbanos susceptibles de satisfacer a la demanda de una clase media creciente, exigente y consciente de una identidad social previamente inexistente. Así, aunque desde el ámbito público gubernamental, y sobre todo a partir del primer gobierno de Fernando Belaúnde, se realizaron importantes innovaciones en la tipología del multifamiliar (la UV3, Matute, Mirones, Santa Cruz, Los Próceres y muchos otros), la mayoría de estas obras fueron concebidas independientemente del rol que les tocaba cumplir como un medio para la gestión urbana colectiva. Hoy aparecen dispersas y sin ilación en el conjunto de nuestro actual magma urbano, no habiendo alcanzado a forjar ni una continuidad medioambiental, ni una metrópolis cabalmente servida por los recursos indispensables para orientarla hacia un desarrollo equilibrado, confortable y seguro.
BRAGAGNINI Constructores debuta motivada por el advenimiento de una rudimentaria estabilidad económica que sus fundadores perciben claramente como un ariete aprovechable para una evolución social que, en el campo inmobiliario, tenía en una clase media que ya anteriormente había demostrado querer acomodarse sobre todo al sur de la ciudad, una clientela que no cesaría de incrementarse desde entonces. Iniciaron así un proceso de cuidadosa selección de propiedades realizado en torno a Miraflores y Barranco cuyas ubicaciones, frente al litoral, alamedas o parques arbolados, configuraban una identidad empresarial que convenientemente podía ir formando un sentido de lugar susceptible de irse leyendo como una continuidad urbana, cuya jerarquía arquitectónica redundaría en una identidad propicia para brindar a una incipiente clientela un sentido de pertenencia que llevaría a destacarla respecto a la mayoría de los demás emplazamientos, menos significativos en términos de localización o de rango arquitectónico.
Esa estrategia se percibe desde la arquitectura de sus primeras obras, edificios que no obstante aparecer claramente inspirados en el diseño racional que había predominado internacionalmente desde la Segunda Guerra Mundial, se habían dado en el Perú dentro de la asepsia formal que había caracterizado al género desde que comenzó a emplearse tímidamente en Lima, en torno a la década de los años cincuenta. Audaz e inteligentemente BRAGAGNINI Constructores mutaron ese lenguaje disciplinado y llano a una versión más elaborada y expresiva, introduciendo en sus composiciones motivos curvilíneos, geometrías alternas, diversos materiales y colores inusuales, volumetrías que al erguirse frente a las vías y parques arbolados, y al panorama poco antes descubierto y valorizado del horizonte del Pacífico, suscitó un género ambiental que no tardó en granjearse la preferencia de aquella incipiente clase media en rápido proceso de afirmación y expansión. Así, aunque en las obras de aquella primera década comienza a percibirse una intención diferencial que pronto asienta la identidad de aquel nuevo producto que instintivamente habían germinado, se labra igualmente una constante estilística que gradualmente se percibe como una expresión metódica y continua de aquel sector social que había motivado la orientación primaria de su destino comercial. Se introdujo así uno de los valores más vitales de toda gestión urbana y comercial, el hecho de que la persistencia de rasgos positivos y constantes en una producción residencial inteligentemente concentrada –alturas similares, volumetrías concordantes, acentos estilísticos diversos pero concomitantes, entornos urbanos gratos y espaciosos– quedara establecida como una identidad común a un género que asomaba al mercado sin arrebatos ni disfuerzos. Una suerte de elegancia matizada por rasgos exteriores surgidos de contornos, fachadas, voladizos, terrazas y ventanales desprendidos formalmente de las matrices racionales preexistentes dotaron a aquellas ofertas primigenias una particularidad que, sin hurgar en vocabularios decorativos superficiales o gratuitos, o en extravagancias volumétricas, fue confiriéndoles una consistencia estilística que comenzó a obrar a favor de aquella imagen clientelar que se habían propuesto generar desde su origen.
Esta orientación preliminar, en base a la cual se estableció indudablemente el mercado comercial al que acertadamente se apuntó desde su inicio, generó una propia dinámica estilística que no tardó en conducir, en los primeros años del siglo XXI, a una sutil depuración de su temática inicial. El notable incremento de su producción inmobiliaria despertó una sobriedad geométrica que acentuó la identidad de un sentido clientelar cifrado progresivamente y con mayor definición en la elaboración de una calidad arquitectónica sofisticadamente depurada. Reiterando un orden urbanístico siempre sometido a los frentes de las vías o al perfil regular de los parques o de los edificios alineados frente al mar, sus volúmenes mayormente albinos devinieron protagonistas respetuosos de unas premisas urbanísticas que gradualmente contribuyeron decisivamente a forjar una continuidad volumétrica que fue incidiendo positivamente en la construcción de una morfología ciudadana usualmente perturbada por una normativa que suele descomponer, en vez de armonizar, el progresivo modelado de los cascos urbanos.
Esta recatada sumisión a la vocación formal de los alineamientos preexistentes devino un claro distintivo de su calidad inmobiliaria, en tanto pospuso la nociva actitud contemporánea por la subjetividad arquitectónica a favor de la construcción de unos modales volumétricos que cultivaron una elegancia contenida, condición esencial de toda estética que propenda a destacar lo subyacente por encima de lo notorio o estridente. La reiteración de esta concepción mesurada de la composición arquitectónica, asociada a la disciplinada parquedad de su presencia urbana, así como al notable incremento de su producción inmobiliaria, difundieron la década pasada una identidad que ha ido proyectando, con una perseverancia cuidadosamente gestionada, un carácter social que ha ido acentuando con una notoriedad muy reservada, un sentido de categoría arquitectónica que le ha granjeado a BRAGAGNINI Constructores un carácter distintivo como proveedor de una arquitectura que, consciente y ejemplarmente discreta y versátil, ha conseguido generar una empatía con sus ámbitos vecinales, lo que le ha valido una identificación preferencial con un mercado inmobiliario exigente, demandante y pudiente.
La manifiesta situación caótica de la ciudad en nuestro tiempo es indiscutiblemente consecuencia de un exhibicionismo que somete a las ciudades a la condición de galimatías colectivos muchas veces intolerables o irritantes. En gran medida, esta nociva crisis es consecuencia de una devaluación arquitectónica que ha tornado a las edificaciones en disforzados protagonistas de un continuo social que ha ido escindiéndose impenitentemente del rol gregario que toca ejercer al quehacer inmobiliario. Ejemplarmente, BRAGAGNINI Constructores han operado silenciosa, aunque muy exitosamente, en el sentido opuesto al de ese canibalismo urbano que viene engullendo a nuestro entorno y agriando nuestra supervivencia.